Querido diario:

Últimamente es como si no sintiese nada, como si mi corazón se hubiese convertido en piedra por todo lo que ha pasado en estos últimos años.
Ahora paso mi última noche separada de mis hijos, que son lo único que me queda, en esta sucia celda de la Conciergerie, pero en estos momentos, ¿qué podría hacerme más daño del que ya he sufrido? He asumido mi destino con tanta resignación que me sorprendo a mí misma… Y mi último deseo ha sido poder disponer de ti, mi diario, para poder desahogarme por última vez y aunque, supongo que mañana, este diario se hará público y acabará en malas manos, ya no me importa nada de lo que puedan pensar o hablar de mí.
Hoy se ha celebrado mi juicio ante el Tribunal revolucionario, presidido por Fouquier-Tinville, ha sido rápido y bastante desastroso. Se me ha acusado de influir negativamente en la política de mi difunto esposo y de alta traición a Francia y a Luis por haber negociado con otras potencias extranjeras. Todo ello es mentira, por supuesto, pero lo que más me ha dolido ha sido cuando han hecho entrar a mi pequeño Luis Carlos, a quien al parecer los monárquicos consideran ya el nuevo rey de Francia a pesar de que se haya proclamado una república, y le han obligado a testificar contra mí acusándome de tremendas barbaridades. Me he sentido tan indignada, tan furiosa… ¿¡Qué culpa tendrá mi hijo de lo que hayamos hecho su padre y yo!? ¿¡Qué necesidad hay de meterle en todo esto!? Afortunadamente, he contado con el respaldo de las mujeres de la sala que han comprendido mi situación y, ante mis súplicas, me han defendido. A pesar de su intervención y de la exposición que han hecho mis abogados, quienes a penas han podido intervenir, Fouquier-Tinville ha pedido mi ejecución alegando que soy una “enemiga declarada de la Nación francesa”.
Y ahora… ¿qué podría decir yo? Creo que he afrontado todo lo que se me ha ido viniendo encima desde que nos llevaron al Palacio de las Tullerías en 1789 con fuerza y valentía y espero que, las pocas fuerzas que me quedan, sean suficientes para asumir mi destino con dignidad.
Miro hacia atrás y la verdad es que volvería a dedicarle una reverencia a todo el pueblo de Francia, pues me arrepiento y me avergüenzo de muchas cosas que he hecho aunque, por otro lado, creo que la condena que me han impuesto ha sido excesiva y las humillaciones, innecesarias.
Ahora, que es demasiado tarde y no hay nada que yo pueda hacer para solucionar la situación en la que me veo envuelta y ahora, que estoy cansada de lamentarme, los recuerdos atestan mi cabeza y, afortunadamente, solo puedo acordarme de los buenos momentos y de mis seres queridos… Mi infancia en Austria con mis padres y hermanos, las clases con mis instructores, la llegada a Francia, la boda, las fiestas, los bailes, la ópera, los juegos, mis grandes amigos y amigas, mis hijos e hijas… La vida es para vivirla y ser feliz y, aunque haya pasado por malos momentos, todos esos buenos recuerdos son la luz que ilumina esta sombra en la que ahora me veo sumergida del todo.
Espero que Francia y Austria, me recuerden siempre como la última Reina, de este gran país, que mantuvo la compostura hasta el final y asumió con dignidad las consecuencias de sus actos. Me despido de ti por última vez, pues mañana, si tengo suerte, me reuniré con mi querida madre, con mis dos pequeños Luis José y María Sofía y con Luis Augusto, último Rey de Francia.

Tuya, María Antonieta
(Vídeo de la película "El misterio del collar" de Charles Shyer)
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Imágenes empleadas:
1-Imagen de la película "María Antonieta" de Sofía Coppola

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